LOS PODERES INFINITOS

de la mente y el Cosmos.

Buscando una simbiosis entre lo racional y lo irracional

Ninguna mancia trae un aprendizaje del todo rápido, todas y cada una de ellas lleva su tiempo de maduración y de elaboración personal por quien las está integrando como conocimiento, para poder de esa manera indagar en los poderes infinitos de la mente y el Cosmos.

Mayor será su adaptación a nosotros mismos cuando sepamos combinar equilibradamente el mundo intangible de las ideas y pensamientos con el real y concreto mundo de las cosas y objetos.

La buena predisposición para una mayor permeabilidad a lo sobrenatural y lo desconocido aceleran estos procesos, estableciendo un desafío entre nuestras emociones, expectativas, nuestra fe y lo tangible.

Buscando una simbiosis entre lo racional y lo irracional, considerando muchas veces como no fantasiosas a las cosas que podemos percibir, es que despertamos de un largo sueño de coherencia enfermiza que no nos deja traspasar otras dimensiones de sueños y pasiones que se concretan y existen en otros planos.

Desde esta apertura nacen en otros puntos esquemas que pasan a ser válidos a partir de que no olvidamos nuestro origen Divino, como creaciones de una única fuente y causa: El Creador.

Y teniendo en cuenta de que todos los mundos: el conocido por nuestra mente concreta y real, y aquellos de los cuales sólo podemos percibir, cohabitan y se entrelazan, para poderlos captar en fracciones de tiempo revelando nuestro pasado, presente y futuro a través de todas las artes adivinatorias.

Éstas estuvieron siempre en diferentes épocas de la Humanidad, e imperceptiblemente, casi inocentemente abrieron los caminos para que el Hombre pudiera llegar en intención y pensamiento a Dios, dejando que su alma remontarse vuelo para escalar hasta la fuente del conocimiento eterno.

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Tan solo dejando el espíritu libre, alejando de él la ira y el temor, el odio y la venganza, habremos dado el puntapié inicial para preparar nuestro campo receptor.

Así, ajenos a emociones bajas las musas inspiradoras guiarán nuestro viaje en pocos segundos a altos niveles de profundidad mística, y así en breves momentos nos habremos abrazado con la creación toda.

A partir de allí el espectro de nuestra percepción se abra agudizado, y el don de la profecía ya no será tan inalcanzable, pues tendremos los secretos necesarios para abordarla con seriedad, pero a la vez con suma humildad.

En todas las épocas la Humanidad experimentó una cautivante atracción, quedando embelesada por el poder fascinante de las diferentes mancias ejercidas por el Hombre a través de su historia.

Y como decía el mismo Cicerón, en el comienzo de su Tratado sobre la Adivinación, en donde revela que la misma es una creencia antiquísima y que no escapa a pueblo alguno, ya sean ilustrados o sabios, o naciones no altamente civilizadas, no dependiendo de su estatus cultural.

Asegura que en los Hombres existen facultades o inclinaciones para la adivinación, no pudiendo rechazar la idea de que en algunos de ellos exista el poder de predicción.

También la considera el factor potencial por el cual el Hombre se puede acercar a la Divinidad. Habiendo los Romanos heredado está afección por los sistemas oraculares de los Griegos, quienes denominaban a la adivinación con la palabra “mantique”, la relacionaron aunándola mucho más con la Divinidad fusionándola en muchos de sus conceptos, siendo la potencial portadora de los verdaderos accesos a los supraterrenal, tomando como principios lo anteriormente expuesto la llamaron “divinatio”.

Este término revela aún más una necesidad espiritual de los pueblos que son más religiosos, o que tienen una mayor urgencia interior por todo lo espiritual planteándose no sólo el origen sino también el fin de la existencia humana, necesitando aún más el contacto con esferas que escapan de su control rutinario y cotidiano, relativo al área material de existencia.

Los Romanos absorbieron de los Griegos estructuras religiosas, la influencia Helénica se reflejó sobre todo en Cumas (sur de Nápoles) en dónde se encontraba el centro del culto oracular de la Sibila, basado en los libros de la Sibila que durante más de 4 siglos estuvieron ocultos en el Capitolio, hasta que fueron trasladados al nuevo templo Augustal del Palatino, hecho en mármol y edificado por Augusto dedicado a Latona, Diana y Apolo.

Estas profecías con las cuales se crearon los libros Sibilinos sirvieron de consulta para pontífices y monarcas, mandando en varias oportunidades a delegados romanos al Oráculo de Delfos.

Compartiendo estas creencias se basaron también en la observación de fenómenos naturales, creyendo en la palabra de los augures adivinando mediante los auspicios (proveniente de la palabra “auspex” qué significa adivino).

Pruebas de una actividad adivinatoria activa se encuentra en obras famosas como por ejemplo: en el “Edipo Rey” de Sófocles, en donde la política, el mundo civil, la sociedad, todas se entremezclan con Divinidades, Oráculos y Adivinos... Apolo trae la revelación, su voz se escucha desde el Olimpo y su respuesta cae en el Oráculo de Delfos y a partir de allí el presente, pasado y futuro son simples piezas de ajedrez que son movidas por circunstancias y eventos invisibles.

U obras como La Ilíada o La Odisea en donde similares situaciones describen un desarrollo en donde la comunicación con la Divinidad pone un broche de oro en cuanto a la expresión de estas manifestaciones.

Aún en épocas en donde regían e influenciaban corrientes filosóficas adversas a la adivinación y los cultos proféticos, estas artes eran imperantes en el pueblo, en sus líderes y en sus ejércitos como en sus mejores épocas de plenitud.

La palabra mantikè, representa el casi maniático furor por la adivinación realizada por Piteas, Báquides y/o Sibilas en una extrema sensación de profundo estado místico y éxtasis celestial inspirados directamente por su conexión con lo sobrenatural. Para Platón esta forma era la más pura, quizá la más irracional en sus métodos, pero si la más divina en su esencia.

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Hay otra forma para este filósofo de entenderla, variando en su práctica la cual, él considera como más sana, y es la que se basa en la observación de distintos fenómenos, como ser el vuelo de los pájaros, el estudio de sus vísceras -el hígado especialmente-, el canto de las aves, la observación de los astros, los eclipses de la luna o hasta la observación de los peces cómo se hacía en zonas como Siria o Licia.

La primera de esas formas obraba en forma natural, sólo necesitándose un operador y la divinidad, la segunda necesitaba de agentes portadores del mensaje divino, sus signos y quién los interpretara.

De esta forma, los Griegos y Romanos consultaban a los Oráculos y creían que así los Dioses podían augurarles sobre su futuro.

Los oráculos eran aleccionadores impartiendo sus designios en forma tajante.

La historia nos demuestra el gran valor que revestía la interpretación de los mensajes impartidos por las Pitonisas, ya que el éxito o no, dependía no tan sólo de la configuración de los mismos sino también la forma de desmenuzar e interpretar los consejos, ya que en la mayoría de los casos podían resultar ambiguos o confusos.

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El desatino o la impulsividad en la acción de descifrar las frases, que en forma de sentencias respondían a las diferentes preguntas, podían acarrear desilusiones como cuando el rey de Lidia, Creso, preguntó al oráculo sobre su suerte en el combate contra Ciro. La respuesta fue: “Si Creso hace la guerra destruirá un gran Imperio”. Y en realidad fue así, sólo que el gran imperio destruido fue el del rey de Lidia, y no el Persa. El oráculo no se había equivocado solamente había sido errónea la interpretación.

Dos oráculos rivalizaron en importancia: el consagrado a Zeus en Dodona de Epiro y el de Apolo situado en Delfos, ciudad parapetada entre montañas en extremo contacto con la naturaleza.

El desatino o la impulsividad en la acción de descifrar las frases, que en forma de sentencias respondían a las diferentes preguntas, podían acarrear desilusiones como cuando el rey de Lidia, Creso, preguntó al oráculo sobre su suerte en el combate contra Ciro. La respuesta fue: “Si Creso hace la guerra destruirá un gran Imperio”. Y en realidad fue así, sólo que el gran imperio destruido fue el del rey de Lidia, y no el Persa. El oráculo no se había equivocado solamente había sido errónea la interpretación.

Dos oráculos rivalizaron en importancia: el consagrado a Zeus en Dodona de Epiro y el de Apolo situado en Delfos, ciudad parapetada entre montañas en extremo contacto con la naturaleza.

Al pie del monte Parnaso se hallaba quizás el más importante de ellos, el de Delfos, allí las respuestas eran atribuidas Apolo, hijo de Leto y Zeus, conocido también como Apolo Délico por haber nacido en Delos.

El “Rey del día”, “Febo o Radiante”era el dueño de la luz, así como también un sinnúmero de atributos divinos.

Y también como Artemisa (su hermana), aparecía en muchas representaciones portando arco y flecha, en otras una lira, pues él también regía sobre las artes -especialmente la música- y las letras. Letras de oro en las paredes de entrada al Templo, conformaban frases como: “Conócete a ti mismo”, “Guárdate de la exageración”, “Guarda en todo la medida”, atribuidas a los siete sabios de Grecia, conocedores profundos del astrología, geografía, matemáticas, etcétera.

A través de un mito, Delfos tomó el carácter de “Centro del Mundo”.

Cuenta el mismo que Zeus (Jefe Supremo del Olimpo) dejó libres a dos águilas desde puntos muy distantes entre sí para que descubrieran y se reunieran en el centro del Mundo. Ambas arribaron a Delfos en donde había una piedra enorme llamada ónfalos -”omphalos”- (que significa ombligo) custodiada por una gran serpiente: Pitón.

Apolo luego de matar al monstruo animal, fundó allí su morada terrenal.

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De ahí en más se convirtió en uno de los oráculos más concurridos en donde la Pitia o Pitonisa (palabra que proviene del término Pitón) se sentaba frente a una emanación de frío aire y vapores (pneûma) sobre un trípode de oro para responder a las preguntas formuladas, detrás de grandes de velos separándolas de los sacerdotes quienes eran los únicos que podían acercárceles.

Los concurrentes al Templo debían cumplir ritos propiciatorios considerados ineludibles para el buen fin perseguido.

Buscando su purificación se bañaban en las aguas puras de la fuente Castalia y luego realizaban ofrendas.

Y las respuestas llegaban con frenesí..., abruptamente y a veces enloquecidamente, a lo que los sacerdotes de manera rápida y práctica trataban de transcribir a veces en forma versada o entellantemente con frases cortas.

Asimismo los más sabios y experimentados transcribían las preguntas con sus respectivas respuestas sobre pequeñas tablas de madera, que con el tiempo fueron conformando un verdadero registro de consultantes.

Así las dudas y resoluciones oraculares, a manera de archivo informaban ante una eventual reformulación de idénticos o similares casos o situaciones semejantes.

Los llamados intérpretes oficiales actuaban como reales poetas, al armar y conformar los a veces extraños mensajes del Dios Apolo, que no siempre llegaban con la claridad requerida.

La Deidad hablaba por la boca de las Pitias, y en pleno estado de posesión mediumnímica, trataban normas morales, sociales, filosóficas o bien asuntos del Estado y la Política en general.

Otros sacerdotes, los selloi (pertenecientes a Dodona) recibían del oráculo de Zeus sus vaticinios.

Estos nórdicos apuntaban más a los rituales de purificación conjuntamente con prácticas de meditación.

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Para escuchar las sentencias cumplían con los ritos de quemar hierbas y plantas que inducían y propiciaban los diferentes transes por los que atravesaban las pitonisas.

El Poder adivinatorio y especialmente inspirador era adjudicado a las Ninfas y a Las Musas; en donde las Nereidas, hijas de Doris y Nereo -poseedor del don de la profecía- conformaron las 50 ninfas del mar.

El sistema oracular no era utilizado solamente como modo de predicción, sino que además cumplía otros fines como por ejemplo: en el Templo de Esculapio, durante el sueño de los enfermos que allí acudían, recibían los mensajes divinos en donde no sólo la Deidad comunicaba qué tipo de enfermedad atacaba al dolido, sino que también recetaba diferentes curas.

Vemos así como la curación por intermediación divina también se hacía presente en el pensamiento mágico antiguo, en donde los oráculos cumplían no sólo la función de adivinar el porvenir, sino que además se integraban a un complejo dinamismo religioso.